Otra vez me encuentro en este sitio extraño y familiar al mismo tiempo. Me encuentro en el suelo, tirado sin fuerzas para volver a ponerme en pie, sin poder levantarme ni moverme del lugar. A mi alrededor no hay nada ni nadie, solo veo oscuridad. Se encuentra todo apagado y mis gritos de socorro me son devueltos por el eco de la soledad. Nadie los ha escuchado, nadie los escucha y nadie los escuchará. Da igual lo fuerte que grite, da igual las veces que lo intente, nadie vendrá a socorrerme. Otra vez me encuentro atrapado en este pozo donde nadie podrá ni querrá ayudarme a salir. Y una vez más tengo que buscar la forma de salir yo solo, pero, ¿cómo?
Ya se me han acabado las alternativas que tenía, ya he gastado todas mis fuerzas al intentar no volver a caer. Trato de no rendirme, trato de seguir adelante, de luchar, de escalar... No, no estoy cómodo en este suelo tan áspero y duro donde no puedo ver más allá de mis propias manos. No me gusta estar aquí, lo detesto, pero, por alguna razón, quizá por costumbre ya, me siento como en casa. Siempre he vivido en este pozo, pocas veces he logrado salir de aquí en estos años, y echo de menos la luz que hay ahí arriba, pero creo que este es mi hogar y debo aceptarlo me guste o no. Solo espero recuperar pronto las fuerzas necesarias para volver a ver, aunque sea una vez más antes de morir, esa luz cálida que me hacía sentir vivo.
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