"¿Cómo podéis decir que estáis oprimidos? Tenéis derechos, no os criminalizan, no van a mataros por ser..."
Lo anterior que he escrito no son más que unos ejemplos de la ingente cantidad de frases que tenemos que soportar muchas personas. "El racismo no existe porque ya no hay esclavos", "las mujeres podéis trabajar y votar", "la homofobia no existe porque ya podéis casaros", "la transfobia es un cuento porque patata". Sí, en esta última frase ya hasta me da pereza escribir alguna de las gilipolleces que he escuchado para justificar que mi colectivo no está oprimido.
Vivimos en un mundo donde se intenta enmascarar constantemente las distintas opresiones que sufrimos, y, como chica trans y lesbiana, hoy voy a hablaros de la opresión que sufren las personas LGTB. Sí, sé qué he mencionado el machismo y el racismo, pero para lo primero ya habrá tiempo de hacer otra entrada y para lo segundo hay personas más adecuadas que yo, que no lo sufro, para haceros ver cómo se sienten y explicaros por qué vuestras conductas son opresivas.
En primer lugar, sobre la homosexualidad, sí, tenemos derecho a casarnos, es legal casarse en algunos países y ya no nos criminalizan. Y, desde luego, no voy a irme a países de Oriente Medio a justificar la homofobia, voy a hablaros únicamente de cómo nos oprimen en esta sociedad. Porque cuando tenemos miedo de salir a la calle cogiendo de la mano a nuestra pareja por temor a que nos insulten y humillen ya estamos sufriendo vuestra opresión. Porque cuando miran con asco a dos chicos gays o sexualizan a dos chicas lesbianas ya estamos sufriendo vuestra opresión. Por no hablar de lo básico por lo que hemos tenido que pasar todos: salir del armario. Porque no he tenido que escuchar a ninguna persona heterosexual decir "Tengo miedo de decirle a mi familia que soy hetero", porque, primero, ya se presupone que todas las personas son hetero hasta que dicen lo contrario debido a la normalización que hay, y, segundo, nadie ha tenido que sufrir la marginación de su núcleo familiar o de sus grupos de amigos por ser hetero. Y esto es lo más suave con lo que nos toca lidiar a diario, con las miradas de asco, los insultos, las vejaciones o que nos sexualicen. Hay individuos que llevan esto más allá, que se atreven a dar un paso más en demostrar su odio contra nuestra persona. No quiero politizar este discurso pero en este punto hay una clara relación entre la idea política y el odio al colectivo. No he visto a nadie de izquierdas mirar con asco a una pareja homosexual, ni decirles que están viviendo en pecado, ni insultarles gritando que son una aberración de la naturaleza. No, todo lo contrario, siempre he visto a personas de extrema derecha y cristianos, aunque son casi sinónimos si no fuese por las muy contadas excepciones, sin mencionar a los neonazis que esos ya son otro cuento aparte, algo que, creo, ni ellos mismos comprenden. A donde quiero llegar con esto es a las agresiones físicas. Porque, aunque hayáis tenido la suerte de no presenciarlo, muchas personas homosexuales han sido agredidas, desde adolescentes, solo por su orientación sexual. Que parece que no, que esto es algo que se quedó en el pasado cuando la época de Franco y demás, pero a día de hoy siguen habiendo agresiones homófobas, ya no acoso ni maltrato psicológico sino palizas en las calles.
Eso solo en cuanto a la homosexualidad y la bisexualidad (a este último grupo de personas, por si "aberración" o "pecadores" no os parece suficiente, hay que añadir el insulto de "viciosos"), dentro del colectivo LGTB hay otro grupo que sufre la opresión social por su condición, más allá de la orientación sexual que tengan. Hablo de las personas trans. No voy a entrar en detalle sobre qué somos las personas trans porque entonces esta entrada batiría todos los récords de longitud del blog, así que iré directamente a cómo se nos oprime. Como con la homofobia, voy a empezar poquito a poco, partiendo primero de lo más leve.
¿Alguna vez habéis tenido que decirle a vuestras familias que sois cis, que os sentís del mismo género al que se corresponde vuestro sexo? Bien, pues ya empezamos con el primer temor. Y es que no sería la primera, ni será la última por desgracia, que una persona trans ha sido repudiada por sus familiares en cuanto ha salido del armario. Oh, sí, aquí lo más suave que solemos escuchar es que somos aberraciones y monstruos, o que estamos pasando por una etapa. Luego está el miedo a que nos echen a la calle con una mano delante y otra detrás, que nuestras familias no nos acepten, nuestras amistades no quieran juntarse con nosotros y que la sociedad nos vea como bichos raros. Y aquí no os podéis hacer ni una idea del miedo que se tiene, porque tu orientación sexual la puedes ocultar, pero tu condición de trans no. No sabéis el miedo que da salir maquillada a la calle teniendo un cuerpo normativamente masculino, tener que ponerte una peluca porque tienes calvicie y que todo el mundo te mire por la calle. Yo, hasta ahora, lo más que he hecho ha sido salir con las uñas pintadas y hasta eso me ha dado angustia. Tengo una peluca que solo me he probado y puesto un par de ocasiones, siempre en casa, porque todavía tengo miedo de salir con ella a la calle. Porque, claro, ¿qué va a pensar la gente cuando, acostumbrada a verme como un tío calvo de dos metros, me vean con una peluca puesta? Lo más suave que van a pensar es que soy un travesti o un desviado. Del mismo modo que yo tengo miedo de verme como una chica por la calle, un chico trans también tiene miedo y lo más suave que le dirán es que es una marimacha y una bollera por vestirse con ropa ancha y llevar el pelo corto.
Y vuelvo a repetir, esto es lo más suave que soportamos las personas trans. Hay más agresiones a personas trans que a homosexuales, se nos llega a matar y a mutilar por nuestros genitales. Todas mis compañeras trans han tenido que recibir todo tipo de acoso y vejaciones por culpa de esta sociedad. Todas las personas trans que conozco han tenido miedo de salir del armario y ver su vida truncada. Todo el mundo dentro de este colectivo siente que salir a la calle es un infierno, que no hay sitio seguro para nosotros. Así que la próxima vez que me digáis a mí o a cualquier persona LGTB que nuestras opresiones no existen pensad: ¿Tenéis miedo de que os insulten por vuestra orientación sexual o por vuestra identidad de género? ¿Tenéis miedo de que os acosen y persigan? ¿Tenéis miedo de que vuestra familia os eche a la calle, que ni siquiera os reconozcan como parte de ellos? ¿Tenéis miedo a que os sexualicen por ser distintos? ¿Tenéis miedo a que os agredan y os maten por no ser como ellos quieren que seas? Pensadlo. Esta sociedad, aunque haya evolucionado, todavía sigue sin estar preparada para considerarse LGTB friendly, no está preparada para decir que somos una sociedad libre de prejuicios y de opresiones. Sigue sin ser una sociedad igualitaria hasta que dejemos de tener miedo a vuestras represiones. Porque, aunque ahora esté más normalizado el ser LGTB, y haya una mayor aceptación por nuestra condición, aunque tengamos suerte, muchos de nosotros, de contar con familiares que nos apoyan y se preocupan por nuestra felicidad y amistades que están a nuestro lado sin importar cómo te sientas ni qué te guste, todavía seguimos teniendo que ver cómo nuestra orientación sexual y nuestra identidad de género se ve cuestionada o sirve como aliciente para que nos digan y hagan lo que les plazca. Hasta que a la sociedad le deje de importar más con quién nos acostemos, cómo nos vistamos o cómo sentimos que somos sé que vamos a seguir sufriendo este tipo de opresiones y que siempre vais a intentar enmascararlas y hacernos creer que no existen.
jueves, 23 de noviembre de 2017
martes, 21 de noviembre de 2017
Hasta siempre, abuela
Han pasado casi tres horas desde que me enteré mientras estoy escribiéndote esta carta y todavía sigo siendo incapaz de asimilarlo. Es como un mal sueño, como una pesadilla de la que no logro despertar. Siento que no estoy en el mundo real sino en un mundo inventado por mi propia mente que me está jugando una mala pasada y que, pronto, conseguiré despertarme. Pero sé que no es así, en el fondo sé que no volveré a verte, que no volveré a escuchar tu voz, que no volveré a reír contigo.
Se me traban las palabras escribiendo esto, nadie me ha preparado para tener que despedirme de ti. Maldita sea, aquí todos pensábamos que serías tú quien nos acabase enterrando, que bicho malo nunca muere y más mala que tú no había nadie, porque era imposible que te dejases avasallar por idiotas creyendo poder burlarte. Siempre he sido tu nieto y, como tal, así me despediré de ti, aunque pueda existir un más allá donde lo puedas ver todo y ya sepas la verdad que nunca me atreví a contarte.
Ya la última vez que te vi me preocupaste. Estabas ida, no parecías ni tú misma, y algo en mí decía que debía preocuparme. De haber sabido que sería la última vez que te vería habría estado más tiempo contigo, más tiempo a tu lado, pero soy cobarde y no podía ver cómo tu vida, ya marchita, iba desapareciendo. Quería tener un recuerdo más alegre de ti y me arrepiento de ello. Ojalá hubiese podido despedirme de ti. Somos idiotas, no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos, y por ello no he podido despedirme de ti como es debido.
Sigo esperando que alguien me diga que no, que todo es una mala broma, o que me despierte de repente y nada de esto haya pasado. No paro de negar una y otra vez que hayas muerto, y me veo capaz de seguir negándolo incluso dentro de unas horas, cuando te vea en esa caja de madera. Sigo pensando que es imposible... En mi mente no paran de venir recuerdos tuyos, de nuestros viajes, de nuestras vacaciones, de nuestras navidades. Todas esas anécdotas divertidas que hemos compartido, ese enfado en Nochebuena con el semáforo que hay frente a la casa de mi madre porque el muñequito no paraba de cambiar de color, esas risas cuando cambiábamos de barca en Punta Cana y teníamos que ayudarte a cruzar entre tres, tu cara de inocencia después de hacer que un pobre empleado del aeropuerto recorriera corriendo la pista para traer los medicamentos que olvidaste en el otro avión, aquel día que dejaste un recuerdo en el hogar de los dioses griegos... Son muchas vivencias que han desaparecido de golpe y porrazo y que ya solo existen en mis recuerdos.
Supongo que para mí siempre era mejor creer que vivirías para siempre, que era más fácil negar que la edad te pasaba factura, pero al final ha sido peor. El golpe ha sido más doloroso, nada ni nadie me ha preparado para esto y ahora no puedo sino despedirme con la esperanza de que sea cierto que hay vida más allá de la muerte. Porque mereces vivir eternamente llena de dicha, abuela, porque para mí has sido una segunda madre. Gracias por todo el amor que me diste, por todas las lecciones que aprendí gracias a ti, por haberme criado y cuidado cuando era vulnerable. Tú, quien me trajiste al mundo, ahora se va, y no queda sino decirte adiós con esta carta. Algún día volveremos a vernos, abuela, sea donde sea. Quiero creer que así será para poder darte ese abrazo que nunca pude darte. Puedo cambiar, crecer, evolucionar, ser una persona totalmente distinta, pero habrá algo que no cambiará nunca y es el hecho de que soy tu nieto, y siempre seguiré siéndolo.
Ojalá hubiese podido escribirte palabras más bonitas pero se me traban, juro que se me traban y no salen. En su lugar solo salen lágrimas amargas por esta despedida tan cruel. Sé que no querrías que llorara, pero no lo puedo evitar. Lo siento. Te prometo que siempre quedarán los recuerdos de nuestras risas, de verdad. Pero ahora, en esta despedida, soy incapaz de sonreír. Creo que ya es la hora de decir adiós y poner el punto y final a esto. He intentado prolongarlo todo lo posible, como, si de alguna forma, esta carta fuese la que hace que sigas todavía con vida, como si hasta que no terminase de despedirme todavía estuvieras con nosotros, pero la verdad es que ya no estás y no sirve de nada prolongar lo inevitable.
Hasta siempre, abuela. Te quiero.
Se me traban las palabras escribiendo esto, nadie me ha preparado para tener que despedirme de ti. Maldita sea, aquí todos pensábamos que serías tú quien nos acabase enterrando, que bicho malo nunca muere y más mala que tú no había nadie, porque era imposible que te dejases avasallar por idiotas creyendo poder burlarte. Siempre he sido tu nieto y, como tal, así me despediré de ti, aunque pueda existir un más allá donde lo puedas ver todo y ya sepas la verdad que nunca me atreví a contarte.
Ya la última vez que te vi me preocupaste. Estabas ida, no parecías ni tú misma, y algo en mí decía que debía preocuparme. De haber sabido que sería la última vez que te vería habría estado más tiempo contigo, más tiempo a tu lado, pero soy cobarde y no podía ver cómo tu vida, ya marchita, iba desapareciendo. Quería tener un recuerdo más alegre de ti y me arrepiento de ello. Ojalá hubiese podido despedirme de ti. Somos idiotas, no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos, y por ello no he podido despedirme de ti como es debido.
Sigo esperando que alguien me diga que no, que todo es una mala broma, o que me despierte de repente y nada de esto haya pasado. No paro de negar una y otra vez que hayas muerto, y me veo capaz de seguir negándolo incluso dentro de unas horas, cuando te vea en esa caja de madera. Sigo pensando que es imposible... En mi mente no paran de venir recuerdos tuyos, de nuestros viajes, de nuestras vacaciones, de nuestras navidades. Todas esas anécdotas divertidas que hemos compartido, ese enfado en Nochebuena con el semáforo que hay frente a la casa de mi madre porque el muñequito no paraba de cambiar de color, esas risas cuando cambiábamos de barca en Punta Cana y teníamos que ayudarte a cruzar entre tres, tu cara de inocencia después de hacer que un pobre empleado del aeropuerto recorriera corriendo la pista para traer los medicamentos que olvidaste en el otro avión, aquel día que dejaste un recuerdo en el hogar de los dioses griegos... Son muchas vivencias que han desaparecido de golpe y porrazo y que ya solo existen en mis recuerdos.
Supongo que para mí siempre era mejor creer que vivirías para siempre, que era más fácil negar que la edad te pasaba factura, pero al final ha sido peor. El golpe ha sido más doloroso, nada ni nadie me ha preparado para esto y ahora no puedo sino despedirme con la esperanza de que sea cierto que hay vida más allá de la muerte. Porque mereces vivir eternamente llena de dicha, abuela, porque para mí has sido una segunda madre. Gracias por todo el amor que me diste, por todas las lecciones que aprendí gracias a ti, por haberme criado y cuidado cuando era vulnerable. Tú, quien me trajiste al mundo, ahora se va, y no queda sino decirte adiós con esta carta. Algún día volveremos a vernos, abuela, sea donde sea. Quiero creer que así será para poder darte ese abrazo que nunca pude darte. Puedo cambiar, crecer, evolucionar, ser una persona totalmente distinta, pero habrá algo que no cambiará nunca y es el hecho de que soy tu nieto, y siempre seguiré siéndolo.
Ojalá hubiese podido escribirte palabras más bonitas pero se me traban, juro que se me traban y no salen. En su lugar solo salen lágrimas amargas por esta despedida tan cruel. Sé que no querrías que llorara, pero no lo puedo evitar. Lo siento. Te prometo que siempre quedarán los recuerdos de nuestras risas, de verdad. Pero ahora, en esta despedida, soy incapaz de sonreír. Creo que ya es la hora de decir adiós y poner el punto y final a esto. He intentado prolongarlo todo lo posible, como, si de alguna forma, esta carta fuese la que hace que sigas todavía con vida, como si hasta que no terminase de despedirme todavía estuvieras con nosotros, pero la verdad es que ya no estás y no sirve de nada prolongar lo inevitable.
Hasta siempre, abuela. Te quiero.
lunes, 20 de noviembre de 2017
Indefensos ante el fascismo
Como afiliada del sindicato de estudiantes he leído, escuchado y visto demasiadas historias sobre agresiones fascistas que se denuncian y no van a ningún lado. Esta entrada la escribo a partir del miedo que siento de salir a la calle y que me reconozcan neonazis y demás lacras que deberían estar pudriéndose en la cárcel pero que cuentan con la protección y el silencio policial.
Hace unos años un compañero mío cuyo nombre no revelaré para proteger su identidad tuvo que irse a Madrid por las amenazas que recibía y las agresiones que sufrió. Viendo que denunciar solo servía para obtener una orden de alejamiento que la policía nunca se encargaba de proteger, se vio obligado a trabajar en Madrid y alejarse de sus agresores. Y es que es normal que una persona tenga miedo de vivir en una ciudad donde acercarse a un policía con una orden de alejamiento contra una persona que la está infringiendo no es suficiente para que alejen al infractor de él. Esto nos pasa muy a menudo a las personas que luchamos por nuestros derechos, que vemos nuestra vida amenazada a diario. Un claro ejemplo es un joven que murió a manos de unos fascistas antes de este verano cuya única culpa fue intentar separar una pelea que había cerca del local donde celebraba su cumpleaños. ¿Los asesinos? Libres.
Muchos de estos fascistas están reconocidos por compañeros que los han identificado y han tratado de denunciar en sus muchos de sus actos vandálicos, mientras que la policía sigue negando que existan organizaciones fascistas andando con impunidad por las calles. Será que los ataques a casetas y locales de las organizaciones de izquierdas no son suficiente prueba para demostrar que sí, que estas organizaciones pululan con libertad en nuestra ciudad.
No soy la única con miedo a salir a la calle y ser reconocida por estos individuos, quienes actúan en grupo para aprovecharse de la superioridad numérica. Se ve que no es suficiente que seamos vulnerables legalmente que necesitan otro respaldo, el de sus compañeros, para asegurarse de que la cacería se lleve a cabo con éxito. Y es que somos vulnerables ante la ley porque ya hemos visto que denunciar y obtener órdenes de alejamiento no son suficientes para protegernos. A esto hay que añadir que si en una agresión a mí me viene una manada a atacarme y yo opto por defenderme y le rompo la nariz a uno en mitad de la pelea quien acaba acarreando la culpa soy yo. Sí, somos culpables de que nos agredan.
En este país quienes acaban pagando son las víctimas, y es una vergüenza que en una democracia se trate de silenciar que el fascismo sigue presente en nuestras calles. Y ya no como idea política sino como arma de represión. Cuando las organizaciones fascistas son capaces de andar con total libertad en nuestras calles a pesar de los innumerables cargos de los que se les han acusado demuestra que vivimos en un sistema que todavía quiere sembrar el temor a luchar por conseguir una vida digna para someter al ciudadano. Cuando unos asesinos, y los cómplices que les dieron cobijo y trataron de ocultar el crimen, viven libremente su vida después de matar a un inocente muchacho cuyo único delito fue celebrar su cumpleaños y encontrarse a perros de presa sedientos de violencia no podemos sino culpar a las instituciones que protegen a estas personas.
No queremos vivir con miedo, no queremos pasear por la calle teniendo que tener ojos en la nuca para evitar que nos agredan, no queremos tener que proteger nuestras identidades, no queremos tener miedo de que sepan donde vivimos y que cualquier día nos puedan estar esperando en la puerta de nuestras casas a darnos una paliza. Esta es mi realidad, el miedo. Y, como yo, muchas otras personas viven perseguidas por estas organizaciones. Casi a diario tengo que escuchar a mis compañeros hablar sobre que vuelven con miedo a sus casas porque neonazis, o "señores de ultraderecha" como los llaman los medios de comunicación, les han estado siguiendo varias manzanas al grito de "rojo de mierda" o "sabemos quién eres". No queremos vivir en un sistema fascista que nos inculca el miedo a luchar por nuestros derechos, a expresar nuestro pensamiento, a tener una idea política distinta, lanzándonos a sus sabuesos a mordernos el cuello. Basta ya.
Hace unos años un compañero mío cuyo nombre no revelaré para proteger su identidad tuvo que irse a Madrid por las amenazas que recibía y las agresiones que sufrió. Viendo que denunciar solo servía para obtener una orden de alejamiento que la policía nunca se encargaba de proteger, se vio obligado a trabajar en Madrid y alejarse de sus agresores. Y es que es normal que una persona tenga miedo de vivir en una ciudad donde acercarse a un policía con una orden de alejamiento contra una persona que la está infringiendo no es suficiente para que alejen al infractor de él. Esto nos pasa muy a menudo a las personas que luchamos por nuestros derechos, que vemos nuestra vida amenazada a diario. Un claro ejemplo es un joven que murió a manos de unos fascistas antes de este verano cuya única culpa fue intentar separar una pelea que había cerca del local donde celebraba su cumpleaños. ¿Los asesinos? Libres.
Muchos de estos fascistas están reconocidos por compañeros que los han identificado y han tratado de denunciar en sus muchos de sus actos vandálicos, mientras que la policía sigue negando que existan organizaciones fascistas andando con impunidad por las calles. Será que los ataques a casetas y locales de las organizaciones de izquierdas no son suficiente prueba para demostrar que sí, que estas organizaciones pululan con libertad en nuestra ciudad.
No soy la única con miedo a salir a la calle y ser reconocida por estos individuos, quienes actúan en grupo para aprovecharse de la superioridad numérica. Se ve que no es suficiente que seamos vulnerables legalmente que necesitan otro respaldo, el de sus compañeros, para asegurarse de que la cacería se lleve a cabo con éxito. Y es que somos vulnerables ante la ley porque ya hemos visto que denunciar y obtener órdenes de alejamiento no son suficientes para protegernos. A esto hay que añadir que si en una agresión a mí me viene una manada a atacarme y yo opto por defenderme y le rompo la nariz a uno en mitad de la pelea quien acaba acarreando la culpa soy yo. Sí, somos culpables de que nos agredan.
En este país quienes acaban pagando son las víctimas, y es una vergüenza que en una democracia se trate de silenciar que el fascismo sigue presente en nuestras calles. Y ya no como idea política sino como arma de represión. Cuando las organizaciones fascistas son capaces de andar con total libertad en nuestras calles a pesar de los innumerables cargos de los que se les han acusado demuestra que vivimos en un sistema que todavía quiere sembrar el temor a luchar por conseguir una vida digna para someter al ciudadano. Cuando unos asesinos, y los cómplices que les dieron cobijo y trataron de ocultar el crimen, viven libremente su vida después de matar a un inocente muchacho cuyo único delito fue celebrar su cumpleaños y encontrarse a perros de presa sedientos de violencia no podemos sino culpar a las instituciones que protegen a estas personas.
No queremos vivir con miedo, no queremos pasear por la calle teniendo que tener ojos en la nuca para evitar que nos agredan, no queremos tener que proteger nuestras identidades, no queremos tener miedo de que sepan donde vivimos y que cualquier día nos puedan estar esperando en la puerta de nuestras casas a darnos una paliza. Esta es mi realidad, el miedo. Y, como yo, muchas otras personas viven perseguidas por estas organizaciones. Casi a diario tengo que escuchar a mis compañeros hablar sobre que vuelven con miedo a sus casas porque neonazis, o "señores de ultraderecha" como los llaman los medios de comunicación, les han estado siguiendo varias manzanas al grito de "rojo de mierda" o "sabemos quién eres". No queremos vivir en un sistema fascista que nos inculca el miedo a luchar por nuestros derechos, a expresar nuestro pensamiento, a tener una idea política distinta, lanzándonos a sus sabuesos a mordernos el cuello. Basta ya.
jueves, 9 de noviembre de 2017
La estafa y la incompetencia de Repsol
Imaginad la siguiente situación: Vivís en un piso que lleva perteneciendo a vuestra familia desde hace 43 años, donde han vivido ya tres generaciones (vuestros abuelos, vuestra madre y tíos, y vosotros), y que siempre habéis consumido, de la misma empresa suministradora, gas butano. Hablamos de 43 años abasteciendoos del mismo proveedor, de los cuales un año lleváis viviendo, independizados, en ese piso y con el mismo suministro que ha tenido vuestra familia antes que vosotros. De repente, un día, pedís una bombona, como habéis hecho siempre, y a la semana siguiente sigue sin llegaros. Y no es hasta que decidís llamar para ver qué pasa que no se dignan a deciros el motivo: No tenéis un contrato de suministro y, al no haber una póliza, no os mandarán la bombona. ¿Cómo os quedáis? Pues esta es la nueva estafa de Repsol.
Tras media semana esperando a que me llegara la bombona que pedí decidí llamar a un número que, por fin y después de varias quejas, me facilitaron desde las redes sociales y que no era un contestador automático. Bien, por fin consigo un número de teléfono donde no me atiende una máquina. Para mi sorpresa me comunican que no tenemos ninguna póliza con ellos y que no pueden suministrarnos bombonas. Todo después de 43 años en los que no ha parecido importarles lo más mínimo que no haya una póliza. Pero lo peor del asunto es que, en un intento de ser más humanos y de comprender la situación que estoy viviendo, me prometen que me pondran el pedido que hice como un pedido de urgencia para que recibiera la bombona mientras tramito el contrato. ¿Cuál es mi ya no tan sorpresa días después? Que no piensan traérmela después de asegurarme que la recibiría con urgencia, incluso preguntándome cuándo estaría en casa para poder traerla.
Esta segunda llamada, porque no soy tonta, yo ya voy a donde sé que me va a atender una persona y no un contestador automático, se puede resumir en una constante insistencia para que venga un técnico a revisar la instalación para poder firmar un contrato de suministro y así traerme la bombona. Que me muera de frío y haya cogido un catarro por tener que lavarme calentando agua en cacerolas les importa una mierda, solo les interesa ver más dinero.
Lo peor de todo es que siempre me insisten en lo mismo, en que tiene que haber una póliza para poder suministrar bombonas de butano, lo cual lleva a preguntarme una cosa: ¿Por qué hasta ahora he podido abastecerme durante este año, más el tiempo que se ha abastecido mi abuela 42 años antes de que yo viviera aquí, sin que hubiese ningún problema? A mí me huele a que no veían suficiente dinero y están buscando cómo sacarle más dinero todavía al consumidor. Y no me hubiese importado, de ser cierto que ahora es obligatorio tener un contrato, haber firmado una póliza para que me abastecieran; llega el invierno y no quiero tener escarcha en las pelotas cada vez que me duche. Al menos, no me hubiese importado si esta gente lo hubiese hecho bien. Estamos hablando de 43 años de suministro en el que hemos proporcionado dirección y número de teléfono cada vez que hemos pedido una bombona. Tanto la dirección de mi vivienda como mi número de teléfono tienen que estar en los registros de Repsol. Ya no hablo de que me llamen personalmente, pero, ¿tanto trabajo costaría enviar una carta para informar de que cesarán de enviarme sus bombonas si no firmo la póliza? No, me tengo que enterar después de que retengan mi pedido durante una semana...
Nada más ni nada menos que 43 años abasteciéndose esta vivienda del mismo gas butano de la misma compañía y ahora, justo cuando se acerca el frío, deciden retener una bombona y ni siquiera avisar del motivo, teniendo tanto mi dirección como mi teléfono. Al contrario, esperan a que llame preguntando qué pasa para decirme lo de la póliza. Y, para empeorar más el asunto, prometen que me la enviarán con urgencia para recibirla mientras yo tramito el contrato, y sigo esperando como una ingenua a que reciba algo que jamás me iban a mandar. Imaginad que esto le ocurre a una persona mayor, la típica abuelita octogenaria que no puede valerse por sí misma. ¿Qué habría podido hacer ella? Porque yo, al fin y al cabo, puedo ir a la gasolinera más cercana con un amigo y traerme una bombona, pero, ¿y esa ancianita? ¿Qué le habría deparado? ¿Cuánto tiempo habría estado esperando para saber que su bombona nunca le llegaría? Porque esto, de no ser porque está en la residencia y yo soy la que está cuidando del piso siendo su inquilina, le había pasado a mi abuela de 83 años. Y es lo que más me fastidia de todo, que esta situación le podría haber ocurrido a mi abuela quien, ingenua, habría esperado muerta de frío a que esa empresa de buitres y carroñeros le informara de que no podrían abastecerla hasta que firmase la póliza.
Tras media semana esperando a que me llegara la bombona que pedí decidí llamar a un número que, por fin y después de varias quejas, me facilitaron desde las redes sociales y que no era un contestador automático. Bien, por fin consigo un número de teléfono donde no me atiende una máquina. Para mi sorpresa me comunican que no tenemos ninguna póliza con ellos y que no pueden suministrarnos bombonas. Todo después de 43 años en los que no ha parecido importarles lo más mínimo que no haya una póliza. Pero lo peor del asunto es que, en un intento de ser más humanos y de comprender la situación que estoy viviendo, me prometen que me pondran el pedido que hice como un pedido de urgencia para que recibiera la bombona mientras tramito el contrato. ¿Cuál es mi ya no tan sorpresa días después? Que no piensan traérmela después de asegurarme que la recibiría con urgencia, incluso preguntándome cuándo estaría en casa para poder traerla.
Esta segunda llamada, porque no soy tonta, yo ya voy a donde sé que me va a atender una persona y no un contestador automático, se puede resumir en una constante insistencia para que venga un técnico a revisar la instalación para poder firmar un contrato de suministro y así traerme la bombona. Que me muera de frío y haya cogido un catarro por tener que lavarme calentando agua en cacerolas les importa una mierda, solo les interesa ver más dinero.
Lo peor de todo es que siempre me insisten en lo mismo, en que tiene que haber una póliza para poder suministrar bombonas de butano, lo cual lleva a preguntarme una cosa: ¿Por qué hasta ahora he podido abastecerme durante este año, más el tiempo que se ha abastecido mi abuela 42 años antes de que yo viviera aquí, sin que hubiese ningún problema? A mí me huele a que no veían suficiente dinero y están buscando cómo sacarle más dinero todavía al consumidor. Y no me hubiese importado, de ser cierto que ahora es obligatorio tener un contrato, haber firmado una póliza para que me abastecieran; llega el invierno y no quiero tener escarcha en las pelotas cada vez que me duche. Al menos, no me hubiese importado si esta gente lo hubiese hecho bien. Estamos hablando de 43 años de suministro en el que hemos proporcionado dirección y número de teléfono cada vez que hemos pedido una bombona. Tanto la dirección de mi vivienda como mi número de teléfono tienen que estar en los registros de Repsol. Ya no hablo de que me llamen personalmente, pero, ¿tanto trabajo costaría enviar una carta para informar de que cesarán de enviarme sus bombonas si no firmo la póliza? No, me tengo que enterar después de que retengan mi pedido durante una semana...
Nada más ni nada menos que 43 años abasteciéndose esta vivienda del mismo gas butano de la misma compañía y ahora, justo cuando se acerca el frío, deciden retener una bombona y ni siquiera avisar del motivo, teniendo tanto mi dirección como mi teléfono. Al contrario, esperan a que llame preguntando qué pasa para decirme lo de la póliza. Y, para empeorar más el asunto, prometen que me la enviarán con urgencia para recibirla mientras yo tramito el contrato, y sigo esperando como una ingenua a que reciba algo que jamás me iban a mandar. Imaginad que esto le ocurre a una persona mayor, la típica abuelita octogenaria que no puede valerse por sí misma. ¿Qué habría podido hacer ella? Porque yo, al fin y al cabo, puedo ir a la gasolinera más cercana con un amigo y traerme una bombona, pero, ¿y esa ancianita? ¿Qué le habría deparado? ¿Cuánto tiempo habría estado esperando para saber que su bombona nunca le llegaría? Porque esto, de no ser porque está en la residencia y yo soy la que está cuidando del piso siendo su inquilina, le había pasado a mi abuela de 83 años. Y es lo que más me fastidia de todo, que esta situación le podría haber ocurrido a mi abuela quien, ingenua, habría esperado muerta de frío a que esa empresa de buitres y carroñeros le informara de que no podrían abastecerla hasta que firmase la póliza.
martes, 7 de noviembre de 2017
Support el incomprendido, el infravalorado
En el mundo de los MOBAs y los videojuegos competitivos hay siempre un rol que es el más infravalorado de todos: el support. Con personajes débiles incapaces de aguantar dos golpes y que no consiguen hacer nada de daño, es inevitable pensar que es una clase absurda e inútil... si eres un machuno orgulloso de su virilidad que piensa que todo lo que importa es dar toñas sin ton ni son. Quizá sea por eso que ese rol suela estar frecuentado por chicas, porque es difícil encontrar un tío que sea capaz de ver más allá de su ego y de su beneficio personal y piense en el bien del equipo.
Porque, seamos sinceros, cuando pensamos en un support pensamos en una chica manejando a ese personaje. Pero la razón de que mayoritariamente ese rol sea llevado por chicas no es ni porque sea un personaje débil con el que se puedan sentir identificadas ni porque sea la clase más fácil de llevar, porque ninguna de esas dos afirmaciones son correctas. Al contrario, estos personajes son muy difíciles de llevar, y, si no, comprobadlo tratando de sobrevivir cuando un equipo enemigo os haga focus con una barra de vida más pequeña que vuestra virilidad. Sí, era necesario hacer la comparación. Y desde luego que no nos identificamos con esos personajes por ser débiles o frágiles. Al contrario, en todo caso nos identificamos porque nos gusta ayudar a los demás, y no por ser mujeres precisamente.
Partiendo de la base de que no todo en los juegos competitivos es matar y matar, que hay una serie de objetivos a cumplir para conseguir la victoria (destruir el núcleo enemigo, escoltar una carga, capturar nodos, etc), el support, healer o como queráis llamarlo, es una persona que entiende que para maximizar el daño y las posibilidades de victoria no siempre tiene que hacer daño, sino también curarlo. Un personaje dedicado al daño por segundo puede hacer todo el daño que quiera, pero su vida es limitada, tarde o temprano acabará muriendo y de nada sirve que haga mucho daño si no le da tiempo a matar a quien le ha matado antes. ¿Qué pasa entonces cuando la vida llega a 0? Que se vuelven inútiles, que no pueden hacer nada y mueren. ¿Cómo podemos impedirlo? "Pues con el tanque, que para eso están, para recibir daño y que no muera nuestro dps". Cierto, pero él también tiene una vida limitada y acaba muriendo.
Efectivamente, un support no tiene nada de daño, no tiene apenas aguante, y será el primero en morir si se le deja solo en mitad del campo de batalla, pero es el único que puede poner a salvo a un tanque. Sí, efectivamente, el tanque depende en gran medida de un support. "Pero en el LoL el support va con el ADC, que es el que hace daño". Cuando se reparten las calles sí, pero, ¿y cuando van todos juntos? Heroes of the Storm no tiene un reparto de calles que diga "Tú juegas tal rol, tú tienes que ir por aquí" y el support sigue siendo igual de útil vaya con quien vaya. En Overwatch el support suele ir siempre con el tanque para poder escoltar la carga. En los juegos de rol el support suele curar más al tanque porque es el que protege siempre de los golpes. ¿Seguís pensando que el tanque no depende de su support?
En resumen, ser support no es fácil, en absoluto, y desde luego es un rol muy importante dentro de los juegos competitivos. Para maximizar el daño que hace nuestro dps necesita un tanque que le proteja de los golpes y así dure más tiempo, y para que el tanque pueda cubrir más daño necesita de un support que vaya curando el daño que ya ha recibido. Y esto es solo hablando de teamfights... ¿Qué pasa con la retirada? Ya querríais tener un buen support a vuestro lado cuando el enemigo os supere y tengáis que huir. Y si ese juego tiene un sistema de subida de niveles por experiencia aún más. ¿Quién no lo ha pasado mal porque alguien ha fedeado al enemigo y ahora no hay forma de remontarlo? Pues adivinad quién puede evitar esos fedeos.
Ser el objetivo principal del equipo enemigo, no tener forma de aguantar sus ataques, que tu equipo dependa de ti para no morir... No es fácil asumir esa responsabilidad y ese es el día a día de los main supp, teniendo que sobrevivir y encargarse de un equipo entero para asegurar la victoria sin tener medios con los que defenderse del enemigo. Ya no parece tan fácil e inútil, ¿verdad?
Porque, seamos sinceros, cuando pensamos en un support pensamos en una chica manejando a ese personaje. Pero la razón de que mayoritariamente ese rol sea llevado por chicas no es ni porque sea un personaje débil con el que se puedan sentir identificadas ni porque sea la clase más fácil de llevar, porque ninguna de esas dos afirmaciones son correctas. Al contrario, estos personajes son muy difíciles de llevar, y, si no, comprobadlo tratando de sobrevivir cuando un equipo enemigo os haga focus con una barra de vida más pequeña que vuestra virilidad. Sí, era necesario hacer la comparación. Y desde luego que no nos identificamos con esos personajes por ser débiles o frágiles. Al contrario, en todo caso nos identificamos porque nos gusta ayudar a los demás, y no por ser mujeres precisamente.
Partiendo de la base de que no todo en los juegos competitivos es matar y matar, que hay una serie de objetivos a cumplir para conseguir la victoria (destruir el núcleo enemigo, escoltar una carga, capturar nodos, etc), el support, healer o como queráis llamarlo, es una persona que entiende que para maximizar el daño y las posibilidades de victoria no siempre tiene que hacer daño, sino también curarlo. Un personaje dedicado al daño por segundo puede hacer todo el daño que quiera, pero su vida es limitada, tarde o temprano acabará muriendo y de nada sirve que haga mucho daño si no le da tiempo a matar a quien le ha matado antes. ¿Qué pasa entonces cuando la vida llega a 0? Que se vuelven inútiles, que no pueden hacer nada y mueren. ¿Cómo podemos impedirlo? "Pues con el tanque, que para eso están, para recibir daño y que no muera nuestro dps". Cierto, pero él también tiene una vida limitada y acaba muriendo.
Efectivamente, un support no tiene nada de daño, no tiene apenas aguante, y será el primero en morir si se le deja solo en mitad del campo de batalla, pero es el único que puede poner a salvo a un tanque. Sí, efectivamente, el tanque depende en gran medida de un support. "Pero en el LoL el support va con el ADC, que es el que hace daño". Cuando se reparten las calles sí, pero, ¿y cuando van todos juntos? Heroes of the Storm no tiene un reparto de calles que diga "Tú juegas tal rol, tú tienes que ir por aquí" y el support sigue siendo igual de útil vaya con quien vaya. En Overwatch el support suele ir siempre con el tanque para poder escoltar la carga. En los juegos de rol el support suele curar más al tanque porque es el que protege siempre de los golpes. ¿Seguís pensando que el tanque no depende de su support?
En resumen, ser support no es fácil, en absoluto, y desde luego es un rol muy importante dentro de los juegos competitivos. Para maximizar el daño que hace nuestro dps necesita un tanque que le proteja de los golpes y así dure más tiempo, y para que el tanque pueda cubrir más daño necesita de un support que vaya curando el daño que ya ha recibido. Y esto es solo hablando de teamfights... ¿Qué pasa con la retirada? Ya querríais tener un buen support a vuestro lado cuando el enemigo os supere y tengáis que huir. Y si ese juego tiene un sistema de subida de niveles por experiencia aún más. ¿Quién no lo ha pasado mal porque alguien ha fedeado al enemigo y ahora no hay forma de remontarlo? Pues adivinad quién puede evitar esos fedeos.
Ser el objetivo principal del equipo enemigo, no tener forma de aguantar sus ataques, que tu equipo dependa de ti para no morir... No es fácil asumir esa responsabilidad y ese es el día a día de los main supp, teniendo que sobrevivir y encargarse de un equipo entero para asegurar la victoria sin tener medios con los que defenderse del enemigo. Ya no parece tan fácil e inútil, ¿verdad?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)