domingo, 7 de febrero de 2016

Libres de decir lo que quieren oír

En esta entrada no hablaré de ningún aspecto político referente al tema del que se está hablando estos días. Al fin y al cabo, todos conocemos las barbaries que hacen nuestros dirigentes y su hipocresía apareciendo en las fotos, pidiendo libertad de expresión en algunos casos y encarcelando a quien se mofa de ellos en otros. Esta entrada irá más allá del gobierno y de sus perros falderos, quienes se hacen llamar "cuerpos de seguridad del estado" para "preservar el orden y la ley". Aquí quiero hablar de nuestro día a día, de los aspectos más rutinarios. Pues hemos llegado a un punto en el que no somos libres de hablar ni en nuestra propia casa.

Vivimos en una época donde las redes sociales casi que controlan toda nuestra actividad. Pasamos una gran parte de nuestros días interactuando con personas extrañas, la mayoría de las veces desconocidas, riendo o debatiendo, o, simplemente, comentando nuestro día a día. Pero si algo he aprendido es que, cada vez más, la gente es demasiado sensible. Y resulta que un simple chiste o una burda broma puede costarte una amistad hoy en día...

No podemos hablar con libertad porque siempre habrá alguien que se ofenda o te mande a callar, sin importar lo bien que se sostengan tus argumentos o las buenas intenciones que hayas tenido en tu comentario. Y diréis que solo estoy hablando de las redes sociales, pero pensad que detrás de cada cuenta hay una persona real, y esa persona real, por muy marginada que sea, también tendrá actividad en su vida cotidiana más allá de Internet.

Una broma, una idea, un pensamiento... cualquier cosa puede costarte mucho en estos días. Nos vemos obligados a callar lo que pensamos por temor a ser rechazados, a que nos excluyan y a que nos ataquen. Sí, a que nos ataquen. Pues quienes se ofenden con tanta facilidad son también las personas que, a la mínima, salta con uñas y dientes. Es más, seguro que recibiré alguna queja por esta entrada aunque no haya mencionado a nadie, porque las personas se dan por aludidas solas, sin necesidad de que haya escrito nada referente a ellas. Imaginad hasta qué punto llega la sensiblería.

Ahora mismo, si yo digo que me he comido un bocadillo de foie gras, me vendrán una panda de veganos a llamarme terrorista y asesino e idos a saber qué más. Si digo que el "Gora Alka-ETA" no es más que una sátira inocente, me vendrán a decir que se nota que ningún familiar mío ha muerto a manos de ETA. Y ya no hablemos de la intolerancia...

Si digo que milito en el Sindicato de Estudiantes, vendrán los nazis a darme una paliza. Si digo que soy de izquieras, vendrán los fachas a darme una paliza. Si pido el exilio del rey, vendrán los maderos a darme una paliza. Si digo que me he comido un chuletón, capaz de que algún vegano venga a darme una paliza. ¿Os fijáis? Siempre lo arreglan con violencia. Y el problema es lo que llevo hablando toda la entrada: La intolerancia y la sensibilidad de las personas. Si se dejasen de ofender o tuvieran respeto por los pensamientos de los demás, sí podríamos hablar de una verdadera libertad de expresión. Pero, hasta entonces, solo somos libres de decir lo que ellos quieran oír.

No hay comentarios:

Publicar un comentario