Muchos odiáis las navidades, estas fiestas para estar en familia, llenas de consumismo, comidas abundantes y bullicio. Ahora mismo, mientras estáis leyendo esto, hay alguien en la calle consumiéndose por la envidia al pensar en cuánta gente cenará comida sabrosa, calientes en sus casas y con su familia. Ahora mismo hay alguien huyendo de la guerra, muriéndose de frío, cruzando el mar en una barca cochambrosa, llorando la pérdida de su hogar. Ahora mismo hay alguien que echará de menos a sus familiares, fallecidos por los atentados terroristas de estos años (y no hablo ni de Berlín ni de París ni de ningún país occidental, hablo de Oriente Medio también). Ahora mismo hay alguien llorando por no poder compartir su cena con algún familiar que falleció por no poder superar una enfermedad. ¡Por no hablar de quien todavía está luchando por superarla! Incluso hay quien tiene a su familia todavía, que está viva y sana, que vive cerca, que tiene su casa y su comida, que perfectamente podría verla sin problemas, pero que no la ve porque no quiere la otra persona.
¿Sabéis? Yo voy a pasar esta noche solo con mi madre. Y me lo voy a pasar genial. Vamos a comer, vamos a beber, nos vamos a reir, vamos a cotillear y vamos a disfrutar. Porque todo esto que os he contado es una realidad que ocurre tanto al otro lado de la pared que da a la casa del vecino como a cientos o miles de kilómetros. Y si no aprovechamos ahora, que estamos a tiempo, algún día no podremos aprovecharlo y nos arrepentiremos. ¡Y os lo digo yo, que ni siquiera he decorado la casa!
Como he dicho al principio, no quiero entristeceros ni arruinaros las fiestas. Al contrario, quiero que reflexionéis y disfrutéis de la compañía que tengáis esta noche. Por eso os deseo a todos y a todas, quienes leéis mis entradas, escucháis mis canciones y aguantáis mis tonterías, unas felices y reflexivas fiestas.