Para muchas personas que creen en el destino, este es algo inalterable que, como si de un libro se tratase, nunca se modificará. Piensan que todo está escrito y que acabará sucediendo así como si nada. De ahí que se llegue a creer en muchas ocasiones que dos personas estén destinadas a conocerse así sin más. Y, en cierto modo, podría decir que estoy de acuerdo con una pequeña parte de ese concepto. En cambio, debo reconocer que mi pensamiento es algo más extenso que eso.
Sí, creo que el destino está escrito, pero también está condicionado a una serie de decisiones que tomamos a cada milésima de segundo que pasa. Esto se debe a que, desde siempre, he pensado que un segundo puede ser la diferencia incluso entre vivir o morir. Considero, teniendo en cuenta esta última observación, que cada cosa que hacemos, incluso la decisión de no hacer nada, es una elección para uno de los infinitos destinos que se han escrito para nosotros. Para que podamos entenderlo mejor, vamos a imaginarnos una habitación donde, frente a nosotros, tenemos un montón de puertas. Detrás de cada puerta nos encontraremos algo distinto. No sabemos qué es, pero tampoco podemos estar quietos, por lo que abrimos una y nos encontramos otra sala exactamente igual, con otro puñado de puertas, y algo dentro. Ese algo podríamos decir que es lo que estaba escrito en ese destino.
Obviamente, ese puñado de puertas es algo muy simplificado. Tenemos infinitas opciones y no sabemos a dónde nos conducirá cada una, pero avanzamos a un ritmo frenético, sin pausa, y vamos abriendo puertas, una tras otra, para acabar en una habitación distinta y, a la vez, similar. Explicaré esto.
Nosotros tenemos muchas decisiones. Ya sea apoyarnos en la mesa con una mano o con la otra, respirar ahora o un segundo más tarde, levantarnos de la silla o seguir sentados... Son decisiones que tomamos inconscientemente, y cada segundo que pasa vamos abriendo esas puertas, por lo que, salvo que decidamos hacer algo distinto a lo que estamos haciendo en ese momento, vamos a encontrarnos una sala muy similar. Pero habrá algo más que también determinará lo que vamos a encontrar: Lo que hayan decidido las personas que nos rodean.
Nuestro destino condiciona el destino de los demás, y el destino de los demás condiciona el nuestro. Sería estúpido pensar que solo tomamos decisiones que nos incumban a nosotros, y que todo lo que nos pasa es porque lo hemos decidido. Por lo que dos personas sí están destinadas a conocerse, pero es solo un destino entre los infinitos destinos que se han escrito para ambos. Ese destino solo será posible si, hasta entonces, esas dos personas han abierto las puertas que llevaban hasta él.
Ahora puede quedar una duda: ¿Por qué abrimos puertas hasta cuando no hacemos nada? Porque, en esa milésima de segundo en la que nosotros no hemos hecho nada, millones de personas han hecho algo, y ese algo, recordemos, condiciona también nuestras habitaciones. O, incluso, sin necesidad de que alguien tome una decisión, algo que sea realmente inevitable por circunstancias que hayan ocurrido en el pasado. Para hacerlo más visual, imaginemos que estamos sentados viendo la tele, sin movernos. Ahora nos vamos a encontrar con dos puertas, para hacerlo más fácil. Una es levantarse e ir al baño y la otra es levantarse un segundo más tarde. Decidimos ir inmediatamente y, por el camino, se nos cae la lámpara del techo encima. En esa decisión hemos abierto la puerta donde nuestro destino es que se caiga la lámpara. En cambio, si decidimos ir un segundo más tarde, la lámpara se caerá delante nuestra, pero no nos hará daño. ¿Comprendéis por qué abrimos puertas incluso sin tomar decisiones, constantemente, sin pausa?
El destino está escrito en infinitas posibilidades, como si de una novela visual se tratase, y tanto las decisiones que tomamos como las decisiones que toman los demás serán las que hagan que nos encontremos con un destino o con otro.